sábado, 23 de febrero de 2019

ORACIÓN A SAN ROQUE PARA LIBRARSE DE LA PESTE Y OTRAS ENFERMEDADES INFECCIOSAS

 
San Roque nació en Montpellier, perteneciente entonces a la corona de España, siendo su padre gobernador de la ciudad por los reyes de Aragón. A la muerte de sus padres repartió a los pobres sus bienes y, vistiéndose de peregrino, partió para Roma.
 
ORACIÓN
 
Piadosísimo confesor de Cristo,
glorioso San Roque,
otro David de la ley de gracia
por la mansedumbre y rectitud de corazón:
 
Nuevo Tobías en el tiernísimo afecto
para con los pobres y por la constancia
en ejercer las obras de misericordia;
cual otro Job, prodigio estupendo
de paciencia y fortaleza en los dolores
y en los trabajos con que el Cielo te probó.
 


¡Cuánto me alegro que en este mundo
orgulloso, sensual y ambicioso,
aparezcas tú tan pobre, humilde y mortificado,
distribuyendo a los pobres
tu grandísimo patrimonio,
y mendigando el pan hasta Roma
en traje de peregrino.
 
Y como si nada fueran
ni las llagas y dolores que padeces,
ni el hambre que te aqueja,
ni el abandono en que te ves,
hasta no tener a veces más recurso ni amparo
que el pan que te envía el Cielo
por medio de un prodigioso perro;
como si nada fuera aún
el verte encerrado en un horrible calabozo
cuatro años enteros por tu mismo tío,
que sin conocerte, te trata de espía,
te entregas generoso a los rigores
de la más asombrosa penitencia.
 
¡Oh, ¡cuánto condena esa tu vida penitente,
pobre y humilde, el orgullo,
la ambición y sensualidad de la mía!
 
¡Ay, no extraño seas tú visitado
con indecibles favores y gracias celestiales,
al paso que yo soy castigado
de la divina justicia con razón irritada
por los vicios y pecados míos.
 
Pero aplácala, dulce Patrón
y abogado contra la peste.
 
Tú que libraste a Roma, Plasencia
y a tantas otras ciudades de este azote devastador,
 líbrame también a mí,
y libra de él a esta ciudad
que pone en ti toda su confianza.
 
Cúmplase en nosotros la dulce promesa
que el Cielo dejó escrita
en aquella misteriosa tabla
que apareció sobre tu glorioso cadáver.
 
Los que tocados de la peste,
invocaren a mi siervo Roque,
se librarán por su Intercesión
de esta cruel enfermedad.
 
Amén
 
En Aquapendente San Roque halló a muchos apestados. Se fue al hospital, y de acuerdo con el administrador de este, comenzó a servir a los pobres, haciendo la señal de la cruz sobre los enfermos, y con ella quedaron sanos.

 
Lo mismo le sucedió en Roma, Cesena, Placencia y otras ciudades de Italia, dando salud a todos los enfermos, y glorificando por todas partes el nombre del Señor.
 
Le sanó un ángel de una recia calentura con que el Señor permitió fuese herido para ejercitar su paciencia.
 
Hallándose enfermo en un bosque, un perro, por providencia divina, le llevaba diariamente de la mesa de su amo un pan para alimentarse.
 
Volvió a Montpellier, y creyendo que era espía le pusieron en la cárcel, hasta que al cabo de cinco años el Señor le manifestó al mundo después de su muerte, que fue el año de 1819, a los treinta y cuatro de edad.

 

 

 

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