¡Oh Madre de mi Dios!
¡Oh María mi Señora!
De la misma manera
que se presenta a una gran Reina
un pobre llagado y andrajoso,
me presento a Vos,
que sois la Reina del Cielo y de la tierra.
Santa María, Madre de toda Misericordia,
acudid en auxilio de este pobre pecador.
Desde el excelso Trono en que estáis sentada,
os ruego que no os desdeñéis
de volver Vuestros Ojos hacia este infeliz pecador.
Por esto Dios os ha enriquecido tanto
para socorrer a los pobres,
y os ha constituido Reina de la Misericordia
a fin de que podáis aliviar a los que sufren miseria.
Miradme, pues, y tened piedad de mí.
Miradme, y no me abandonéis
hasta haberme convertido de pecador en santo.
Conozco bien que nada merezco,
antes bien que por mi ingratitud
debiera ser despojado de todas las gracias
que he recibido del Señor por vuestra intercesión.
Pero Vos, que sois la Reina de las Misericordias,
no buscáis méritos sino miserias
para socorrer a los necesitados.
¿Y quién hay que sea más pobre
y mas necesitado que yo?
Gloriosa Madre, Santa María,
procurarme el modo en que pueda
satisfacer todas mis necesidades
y pagar las deudas acumuladas,
que son muchas y de urgente resolución,
causándome un problema que me aflige
y al punto llega de crearme obsesión,
malestar y desasosiego.
Procurarme el camino adecuado
para dar solución a esta pena que me desespera,
por mi y por los que dependen de mi,
que también sufren tan graves consecuencias.
Santa María, Madre de toda Misericordia,
acudid en auxilio de este pobre pecador,
que siempre estará a tu servicio
con todo su amor y devoción
a tan generosa Madre,
a tan benevolente Reina,
a tan poderosa amiga y confesora.
Amén.
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